A medida que la ciencia avanza en sus descubrimientos o redescubrimientos, se hace más notable el papel del cerebro en sus relaciones con las facultades mentales y con ese tiempo-espacio llamado conciencia, que sigue siendo un maravilloso enigma a descifrar.
En primer lugar, queremos destacar las diferencias que vamos a establecer en este trabajo entre estos tres conceptos, cerebro, mente y conciencia, aunque habitualmente, y por desconocimiento o comodidad, se suelen emplear como sinónimos.
El cerebro es el soporte físico a través del cual se objetivan las funciones de lamente, y se expresan, según los casos, diferentes grados y profundidades de conciencia.
La mente es la capacidad de pensar, razonar, ordenar ideas, crear relaciones entre ellas, concebir cosas, ver con y más allá de los sentimientos.
La conciencia es el amplio campo de acción en el que se mueve la mente, aunque también intervienen las impresiones y percepciones físicas, las emociones, las intuiciones, el mundo de la imaginación y las experiencias metafísicas. Es todo un universo que se apoya en la materia, pero se amplía hasta planos inconcebibles.
Los tres conceptos van unidos tanto como lo está la materia a la idea y al espíritu, o en otras palabras, la materia a la energía y al alma, relacionándose en diferentes grados de sutileza y amplitud de acción.
El cerebro es el órgano más complejo del cuerpo humano. Tiene unos treinta billones de células llamadas “neuronas”, y cada neurona es como una computadora en miniatura, aunque mucho más perfecta que cualquiera de las que conocemos en la actualidad.
Considerando la cantidad de conexiones que se produce entre las neuronas, obtendríamos, en capacidad, todos los textos contenidos de todas las bibliotecas que hay actualmente en el mundo.
La capacidad de cómputo del cerebro, tomando la sinapsis como un código binario de información, sería del orden de los 100 millones de megabits.
El cerebro se convierte en el receptáculo de la mente, entendiendo que la mente puede percibir tanto el cuerpo al que pertenece como el mundo circundante en el que se manifiesta.
Sin embargo, y pese a su gran capacidad, el cerebro es nada más que un órgano material, perfecto en su estructura y función, pero reducido en comparación a otros aspectos del hombre, se llamen como se prefiera: energía o alma, porque ningún científico puede dejar de reconocer que el solo funcionamiento de las neuronas es insuficiente para explicar las posibilidades de expansión que tiene el ser humano.
Fuente: http://filosofia.nueva-acropolis.es/
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